La violencia de género ha dejado de ser una categoría relegada a los estudios de la mujer de grupos organizados en función de activismos feministas o círculos académicos dedicados a estudiar fenómenos sociales vinculados a la violencia simbólica. Hoy por hoy se ha constituido en un concepto presente en las campañas de sensibilización impulsadas en redes sociales, en los medios de comunicación informando crímenes horrorosos y en campañas a nivel global incluso con la figuración de personajes reconocidos del ámbito artístico-cultural. Ejemplos de esto son la Campaña Digital #MeToo, #YoTeCreo #NiUnaMenos #MiPrimerAcoso donde miles de mujeres comparten sus dolorosas historias y experiencias comunes en un espacio de catarsis colectiva. Fuimos testigos como en cosa de horas, la performance de #LasTesis se viralizó y replicó en todo el planeta haciendo eco del reclamo contra lo que se percibe como resabios del autoritarismo y misoginia de los Estados modernos.
La violencia de género ha sido ampliamente estudiada en los últimos años y se ha robustecido como una categoría de análisis de las relaciones asimétricas en una sociedad donde los roles de género aprendidos socialmente facilitan, reproducen y profundizan las relaciones basadas en la desigualdad y naturalizan la violencia como mecanismo de resolución de problemas. No obstante, la violencia de género ha comenzado a transformarse junto a los vertiginosos cambios del nuevo milenio. Cambió la manera de convivir, de estudiar, de comprar, de enamorarnos, pero también mutó la expresión de la violencia simbólica transformándose en una violencia digital que traspasa el llamado cyberbullying (que se dirige a una persona digital en particular como víctima de estos contenidos) a una cyberviolencia de género donde contenidos compartidos y viralizados tienen efectos insospechados y de un impacto aún inconmensurable. Diversos estudios han evidenciado que las conductas agresivas expresadas en las redes sociales se han convertido en un problema transversal y policontextual agravado durante la pandemia COVID-19 tal como lo han informado diversos organismos.
Las Universidades deben no sólo incorporar y reflexionar sobre los alcances pedagógicos de las nuevas tecnologías, sino que comprender los cambios en la complejidad de los sistemas sociales a partir de una sociedad hiperconectada y -en palabras del filósofo coreano Byung Chul Han- funcionando en un contexto del dataísmo o bigdata. Tenemos un llamado a evitar los naugrafios de las identidades y subjetividades en el devenir de las construcciones hipervinculadas e hipercontectadas que sobrevaloran el sentido de lo inmediato y de la parcialidad sensorial (audiovisual) en desmedro de la sensibilidad del tacto y el olfato. De esta forma, y con este influjo digital, la formación de profesionales y ciudadanos nos desafía a abrir espacios reflexivos y críticos para la transformación de la realidad y no sólo cumplir el rol estático de la formación disciplinar.
Patricia Rojas Alarcón
Magíster en Análisis Sistémico Social Universidad de Chile
Máster en Tecnología, Aprendizaje y Educación UPV/EHU
Doctorada Universidad del País Vasco, España
Decana de la Facultad de Humanidades, Ciencias Jurídicas y Sociales Universidad de Aconcagua