Con exportaciones anuales en torno a los US$12.000.000 antes de la pandemia, 10.000 explotaciones y 454.000 colmenas de acuerdo a datos actualizados de Odepa, la apicultura chilena es una actividad productiva relevante, no sólo por la miel y sus subproductos, sino por el rol clave que cumple con los servicios de polinización para la producción de alimentos y preservar la biodiversidad.
¿Existen en el país las instancias de formación y una masa crítica de profesionales acorde a la importancia agroalimentaria que tiene esta actividad?
Andrea Müller, directora del proyecto “Generación de capital social entre los productores apícolas y la Universidad de O’Higgins (UOH) para mejorar el estatus sanitario y epidemiológico de las colmenas de la Región de O’Higgins”, considera que en Chile faltan instancias de educación y profesionalización de la apicultura. “Solo existen cursos y la mayoría de ellos son de carácter electivo para los estudiantes universitarios. En las universidades que dictan carreras como Medicina Veterinaria, por ejemplo, la apicultura se ofrece como un electivo que no está en la malla de forma obligatoria”, señala.
El Departamento de Silvicultura y Conservación de la Naturaleza de la Universidad de Chile, por ejemplo, ofrece el curso electivo “Apicultura Forestal”, cuyo objetivo, según se señala en el sitio web de la universidad, “es entregar a sus participantes conocimientos teóricos en competencias para conocer las características básicas para la gestión sustentable de la apicultura a partir de la vegetación nativa del país”. El curso, agregan, se imparte “considerando la necesidad de mejorar el manejo apícola en Chile”.
La UOH quiere ir un paso más allá e integrar el tema a su currículum de modo obligatorio. “Queremos que esté inserto en los cursos de producción que se imparten en la malla, porque en las universidades se ve con más detalle la producción de porcinos, de bovinos de carne o leche y de aves, pero la apicultura no aparece y debería estar presente”, dice la Dra. Müller.
“Sobre todo en medicina veterinaria, que, por un lado, tiene una gran parte de zootecnia relacionada con los diferentes tipos de producción y, por otro, aplica para la prevención y control de enfermedades, además de tener un componente importante en la inocuidad de alimentos de origen animal y preservar la biodiversidad de los ecosistemas”, agrega la directora del proyecto que es financiado con fondos del Gobierno Regional de O’Higgins.
En formación de posgrado, la situación también es precaria. “Se pueden encontrar cursos aislados, pero no he podido hallar un diplomado en apicultura dictado por una universidad. Normalmente los dan otro tipo de instituciones, o los mismos apicultores que tienen más experiencia en el rubro”, explica Müller.
Otra cosa ocurre en potencias exportadoras como Nueva Zelanda, que con envíos de US$237 millones, fue el primer exportador del mundo en valor en 2019. En la isla oceánica, las especializaciones se imparten en institutos tecnológicos, como el Universal College of Learning (Ucol), institución fundada en 1896 dependiente del Estado neozelandés. Se trata de un politécnico que ofrece incluso a estudiantes extranjeros el certificado en apicultura sustentable.
La falta de instancias académicas de formación redunda en la escasez de profesionales en el área. “Son insuficientes y se requiere formar una masa, tanto de veterinarios como agrónomos. Los primeros para ver las enfermedades, la epidemiología y el manejo sanitario apícola integral y los segundos para analizar la polinización, que es responsable de los 2/3 de las frutas y verduras que consume el hombre”, explica la Dra. Müller.
La investigación también es escasa, “Solo se da a través de esfuerzos de investigadores individuales o de organizaciones internacionales como Fraunhofer, pero esta última lamentablemente ya no sigue en Chile. Es muy importante investigar diferentes aspectos de la apicultura, por ejemplo, los distintos patógenos que afectan la salud de las colmenas, la importancia de su alimentación, aspectos genéticos, epidemiológicos, entre otros”, señala.
En Nueva Zelanda, en cambio, la investigación en apicultura fue clave en el posicionamiento que ha tenido el país oceánico como exportador de miel de especialidad en los últimos años. El gobierno de la isla respaldó el sello UMF, basado en investigaciones que indican que la miel de Manuka –la estrella de sus exportaciones- tiene altas concentraciones de metilglioxal, componente que mejora las heridas, además de antioxidantes y minerales.
En ese contexto, urge que las universidades reconsideren la forma en que abordan la apicultura, afirma Müller. “Justamente eso es lo que estamos haciendo en la UOH, queremos profesionalizar el rubro apícola”, indica.