Este año ha sido, sin duda, un año complejo para todos: más allá de los daños evidentes que la pandemia del COVID-19 ha dejado en la economía de este país (y en la de todo el mundo), en Chile sumamos un cierre de 2019 e inicio de 2020 lleno de desafíos, enfrentando un clima político, social y económico no sólo inestable, sino que para muchos trabajadores y emprendedores, a ratos, desalentador e inabordable.
El 18-O en Chile, no sólo relevó justas reivindicaciones sociales y exigencias de mayor equidad, sino que también olas de violencia y destrucción que, en muchos casos, destruyeron los sueños de emprendedores del país. De hecho, en noviembre del año pasado desde Conapyme estimaban que, fácilmente, los movimientos sociales podrían afectar a más de 20 mil pequeñas y medianas empresas y, con ello, podrían perderse entre 50 y 100 mil empleos.
Y el 2020 no nos dió un respiro: la imposición de medidas de confinamiento para cuidar la salud de la población, en muchos casos llevaron a la quiebra a negocios que no se habían digitalizado y no pudieron sobrevivir a estas restricciones; pero esto no fue todo, la creciente alza del desempleo, el temor y las malas expectativas económicas provocaron que muchos ciudadanos no tuvieran confianza para consumir, restringiendo el gasto y afectando a la economía en general.
Decir que no ha sido fácil es una redundancia, a estas alturas. Sin embargo, los emprendedores somos personas resilientes y sabemos que de la adversidad se extraen los mejores aprendizajes, por lo que vale la pena preguntarse ¿qué es lo que hemos aprendido al mantener a flote nuestros emprendimientos en esta tormenta? y ¿cómo traspasamos esa experiencia a aquellos que no lo lograron?
En primer lugar, este año nos dió una lección de humildad. Todo negocio es frágil y, como en todo orden de cosas, el cambio es la única constante y hay que sobreponerse a lo que va ocurriendo en el día a día. En momentos de crisis es evidente que hay que minimizar los costos y eso puede llevarnos a tomar decisiones realmente difíciles por el bien de la empresa. Lo importante es decidirse y llevarlas a cabo en tiempo.
La segunda clave es la reinvención. Este año se han creado una infinidad de necesidades nuevas y se han potenciado otras que antes no eran prioridad. Observar, analizar y tomar estas oportunidades son esenciales para el crecimiento del emprendimiento, no se puede seguir haciendo lo mismo cuando el panorama mundial cambió totalmente.
Lo último, y más importante, que nos deja esta pandemia es valorar lo verdaderamente importante. Esta situación nos obligó a frenar y quedarnos donde estábamos, literalmente. Llevar una vida al cien es clave en la vida del emprendedor, pero prestar atención a los seres queridos no puede dejarse abandonado por un negocio, y ese es uno de los aprendizajes que nos enrostra esta pandemia.
Las exigencias del día a día y la presión de mantenernos a flote en una época de cambios tan radicales nos han hecho funcionar como máquinas, pero debemos ser capaces de recordar lo humano, nuestro propósito y la energía que nos mueve para seguir emprendiendo.
Personalmente, un aprendizaje que he valorado desde lo más profundo es recordar que “ninguna persona es una isla” y lo importante que es volver a estar en red. No hay nada más tranquilizador y esperanzador que compartir estas sensaciones con nuestros pares, buscar soluciones, pedir y brindar ayuda. Eso es algo que la pandemia nos parecía quitar pero que gracias a la tecnología e innovación logramos mantener (y muchas veces con más fuerza que antes): seguimos conectados y estamos, incluso, más cerca. Aprovechémoslo.
Kristopher Brigham
Socio de Novator (WOM),
CEO de inversiones de KB y director de G100