“Fue un proceso estresante y que produjo mucha incertidumbre tanto a nivel personal como a nivel hospitalario, porque al no tener una información concreta porque era algo nuevo, no sabíamos cómo lo íbamos a afrontar; esa fue nuestra base. Además de que cuando comenzó el uso obligatorio de mascarilla, si bien contábamos con el stock suficiente para el personal, pero que no nos abastecía para un largo periodo, nos llevó a un quiebre que produjo una nueva situación de angustia de cómo afrontar esta pandemia”. Con estas palabras, la enfermera referente del Programa de Control de Infecciones (PCI) del Hospital de Chimbarongo, Jessica Villalobos Guzmán, relata los primeros meses de trabajo en 2020 en el inicio de la alerta sanitaria por COVID-19, donde su rol como encargada de infecciones intrahospitalarias se fue ampliando cada vez más.
“¿Cómo partimos?, trabajamos en conjunto con el subdirector de enfermería, Luis González, y con la encargada de Calidad y Seguridad del Paciente, Carolina Bobadilla, para ir manteniendo los protocolos que ya teníamos e incluir algunos como el manejo del paciente con COVID-19. Estos nuevos protocolos se crearon bajo normativas ministeriales que nos iban llegando por parte del Servicio de Salud O’Higgins”, argumentó la enfermera.
Uno de esos planes fue la segregación de los servicios de urgencia “en una primera instancia, en el sector amarillo del policlínico se ubicó la Urgencia No Respiratoria y en el servicio de urgencia habitual, la Urgencia Respiratoria. Mientras que en el servicio de Hospitalización dispusimos de las salas 6 y 7 para pacientes COVID positivo con su respectivo personal de salud, equipamiento y todo lo necesario para su atención. En paralelo estábamos actualizando los protocolos tanto en ese servicio, como en urgencia y en los que tenían relación directa donde incluso, mejoramos el de la unidad de Esterilización; fue un trabajo minucioso donde se vio involucrado gran parte del hospital y con un Comité que nos respaldó”.
A pesar de la preparación, igual existió la incertidumbre sobre todo en los funcionarios y funcionarias. “Si bien no tuvimos brote en el inicio de la pandemia, recién este año por la variante Omicróm tuvimos parte del personal de salud que se vio afectado, pero lo tratamos tal como cualquier otra enfermedad intrahospitalaria”. No obstante, el estrés provocado por la propia pandemia, generaba angustia, “si bien nunca nos vimos colapsados en ningún momento de la alerta sanitaria, estábamos al límite ya que dábamos continuidad en la atención. Teníamos turnos de 24 horas, si faltaba alguien se cubría, siempre entregando la mejor prestación al usuario. Ahí vimos el real compromiso de cada uno, porque si bien existía el miedo cuando aún no contábamos con las vacunas, siempre estuvieron ahí y eso se agradece enormemente”, manifestó la profesional.
En la actualidad, con una baja considerable de casos, existen lecciones aprendidas, “y creemos que siempre se puede hacer más, aunque tengamos todas las herramientas para dar una atención, se puede dar más, aunque tengamos un límite de nuestras capacidades, de insumos y equipamiento, siempre se puede en la entrega de atención al usuario. Y hay muchos procesos que mejorar en el tiempo, ya que es fundamental para el control de la gestión hospitalaria. Por eso y mucho más, valoro el compromiso de los funcionarios y funcionarias porque siempre existió, antes y durante la pandemia se acrecentó aún más”.